Y para los amantes del deporte, aquella séptima etapa de 200 kilómetros que llegaba a Les Arcs un 6 de julio de 1996 no será fácil de olvidar. Realmente, aquel día, fue imposible incluso parpadear por lo que en aquella cima francesa estaba ocurriendo. Sin quererlo, Miguel Indurain, el pentacampeón, demostraba con el ejemplo más claro posible lo que fisiológicamente se denomina “vaciado de los depósitos de glucógeno” que viene a ser lo que en el argot deportivo se conoce como “pájara” o “muro”.
Aquella jornada, en los tres últimos kilómetros de puerto antes de llegar a meta, el navarro cedía más de cuatro minutos. Una eternidad, y más tratándose de un coloso que había dominado el Tour de principio a fin en las cinco ediciones anteriores.
Procedentes directamente de los alimentos, los tres nutrientes que el organismo puede utilizar como energía son los carbohidratos, las grasas y las proteínas. Estas últimas, aunque importantes, juegan un papel secundario a la hora de contraer y relajar la musculatura. El mayor protagonismo lo adquieren los dos primeros, si bien entre ellos se establece una diferencia clave: las grasas son la fuente energética principal que el organismo utiliza durante esfuerzos de baja intensidad y larga duración mientras que los carbohidratos adquieren la máxima relevancia cuando la intensidad aumenta y el tiempo de actividad disminuye. En definitiva, energía diesel y energía súper (respectivamente) para los músculos.
Además, otra diferencia distingue a ambos nutrientes: mientras las reservas de grasa son prácticamente inagotables, incluso en el caso de deportistas como Miguel Indurain, que rondan cifras bajas próximas al 7% de grasa corporal, las reservas de hidratos de carbono (científicamente denominadas “glucógeno”) disponen de cantidades mucho más reducidas de almacenamiento, motivo por el que la necesidad de recarga es una prioridad.
Quede claro también que ningún aporte de energía es exclusivo. Esto es, no existen los esfuerzos realizados utilizando únicamente grasas o carbohidratos. Siempre se trata de una combinación de ambos. La diferencia estriba en la participación principal de uno sobre el otro.
Por ello, independientemente de la intensidad a la que se entrene o se compita, siempre los depósitos de carbohidratos se van agotando paulatinamente. Claro está que, a mayor intensidad del esfuerzo o mayor tiempo de actividad, mayor será también el vaciado de los depósitos de glucógeno en la musculatura y en el hígado (los dos principales lugares de almacenamiento).
El problema de este descenso de la energía “súper” deriva en una imposibilidad para mantener ritmos elevados de esfuerzo, justamente lo que le ocurrió a Indurain aquella séptima etapa de 1996. Y claro está, si debido a ese descenso, la práctica totalidad de la energía viene de las grasas (la gasolina “diesel”), las posibilidades de nadar, pedalear o correr a ritmos medios o altos se desvanece por completo.
Las recomendaciones de ingesta de nutrientes de forma diaria son claras: 60-65% de las calorías en forma de hidratos de carbono. ¿La razón?. Asegurar que el gasto de los “reducidos” depósitos de carbohidratos que cada día conlleva el entrenamiento o la competición está compensado por un rellenado de esos niveles de glucógeno que garantizan la posibilidad de mantener la intensidad deseada en todo momento.
De lo contrario, incluso el Gran Miguel es candidato a saber lo que supone quedarse con los depósitos de la energía más importante para el deportista con el indicador de “reserva” activado. Un momento en el que todas las alarmas se ponen en funcionamiento para reducir la intensidad, llegando incluso a suponer la pérdida de más de cuatro minutos en tres kilómetros de ascenso con todo un Tour de Francia en juego.
Por lo tanto, de forma diaria, a través de los alimentos ricos en energía “súper”, repite la consabida frase: “depósito lleno, por favor”.
Gránulos de glucógeno (condensaciones en negro en la imagen) en el interior de la fibra muscular. Energía de la máxima calidad para garantizar el mejor nivel de esfuerzo.