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18.8.09

Cuestión de altura.

Luz. Eso es lo que la ciencia aporta con cada una de sus investigaciones. Luz. Eso es lo que esas investigaciones ofrecen para el mejor conocimiento del deportista. Luz. Todavía con mucho margen para dejar más claro el funcionamiento del organismo, pero con la suficiente claridad como para poder responder con rotundidad algunas antiguas preguntas.

A finales de los años sesenta, con la celebración de los Juegos Olímpicos de México 1968, el entrenamiento en altura experimentó un gran auge. Ciudad de México, eje central donde se ubicaban la mayoría de pruebas, se sitúa a una altura de 2240m sobre el nivel del mar, un gran condicionante que deportistas y entrenadores debían tener previsto en su preparación.

A partir de ese momento, para planificar la cita olímpica, los centros de alto rendimiento en zonas situadas a más de 1800m de altitud cobraron gran protagonismo y se comenzó a investigar sobre el efecto positivo de la preparación en esas cotas. En un inicio, se observaron mejoras de los parámetros hemáticos relacionados con la oxigenación de los tejidos tras varios días de estancia en alturas cercanas a los 2000m, pero con el tiempo se comprobó que esas mejoras tenían un efecto relativo sobre el rendimiento.

¿Se mejoraba la oxigenación de la sangre?. Rotundamente sí. Pero, ¿se podía mantener la calidad del entrenamiento a esas alturas?. Rotundamente no. Por ese motivo, se llegó a la conclusión de hacer concentraciones en zonas elevadas por encima de los 1800m para desarrollar sesiones de baja o media intensidad. La estancia mínima para obtener beneficios se marcó en siete días, si bien el momento en el que esos beneficios se manifestaban de forma más evidente para ser reflejados sobre el rendimiento en zonas con menor altura, es un extremo que todavía hoy supone un punto de controversia entre los científicos.

Pero la ciencia siguió su evolución y con ella estudios que mostraban que se obtenían grandísimos beneficios en aquellos deportistas que tenían la posibilidad de entrenar en zonas próximas al nivel del mar y de descansar posteriormente en zonas de mayor altura. En las horas de recuperación es cuando estar en condiciones de menor presión de oxígeno (un característica del aire ambiental en zonas altas que incrementa la mejora de los parámetros hematológicos relacionados con el transporte del oxígeno) tenía mayores efectos positivos sobre el rendimiento.

Y es aquí cuando la tecnología aportó su granito de arena. ¿Cómo?. Con las tiendas hipobáricas. Una especie de tiendas de acampada que en su interior reproducen las condiciones de la atmósfera que se respira a más de 1800m de altitud. Lance Armstrong, un auténtico profesional que cuida cada detalle, fue uno de los primeros en dormir en esas condiciones mientras iba acumulando victorias en el Tour de Francia. Su ejemplo fue seguido de inmediato por otros ciclistas, maratonianos y triatletas de todas las distancias.

Pero ahí no quedan todas las combinaciones posibles. Otra forma de extraer los beneficios que las altas cumbres pueden aportar al rendimiento, en lugares como los Pirineos o el Teide, se deriva de la posibilidad de entrenar en esos puntos de forma frecuente. De esta manera, según los científicos, las adaptaciones positivas se van consiguiendo de forma gradual.

Claro está que, reproducir las condiciones ideales para los deportistas que preparan pruebas de resistencia supondría crecer en las altiplanicies en las que los etíopes viven. Lugares naturales por encima de los 2000m que obligan al organismo a exprimir cada átomo de oxígeno que llega a los pulmones.

En definitiva, sabiendo utilizar el protocolo y las cargas adecuadas, entrenar en altura puede suponer un estímulo positivo para el organismo en pruebas de resistencia. Una oportunidad fantástica para mejorar el rendimiento y para disfrutar de las altas cumbres, esas en las que se escriben las páginas más célebres de pruebas míticas.



Contemplar en la planificación de una temporada la posibilidad de hacer una o más concentraciones en altura es una variable que en gran cantidad de ocasiones, se tiene presente. (Gráfico: de Grosser, 1986).