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24.8.09

Sensibilidad transparente.

Se acaba de escuchar el cañón. El estruendo de miles de sueños rompiendo el agua ha ocultado el silencio que hasta hace unos momentos reinaba en la salida del Ironman. El instante que cada deportista ha estado esperando es aquí y ahora. No hay que esperar más. El crono se ha puesto en marcha, no hay tiempo que perder. ¡A nadar!.

Independientemente del nivel de entrenamiento, de las posibilidades de salir antes o después del agua, los primeros metros se caracterizan por las mismas condiciones para todo triatleta: respirar, intentar encontrar un centímetro de agua para nadar, sentir el contacto de otros a tu alrededor buscando lo mismo que tú, respirar, buscar la referencia en el horizonte, respirar, chocar con otros al intentar mover los brazos, respirar, sentir que las piernas se hunden, respirar… En definitiva, es la parte del triatlón en la que se puede decir que nadar es un “deporte de contacto”.

Pero a la dificultad de moverse entre miles de almas que buscan la orilla para subir a las bicicletas se une la complejidad de moverse en un medio totalmente diferente al habitual. Y es que, agua y tierra no tienen nada que ver. Las condiciones son absolutamente diferentes para los sentidos: vista, oído y tacto perciben señales muy distintas a cuando están en tierra firme. Moverse, además, obliga a colocar el cuerpo en una posición totalmente diferente a la utilizada para correr, saltar, esquiar o pedalear. En definitiva, nada que ver.

Y ahí radica la importancia de entrenar de forma regular en el agua. Ahí está la clave para saberse adaptar: en mejorar la sensibilidad en el medio acuático, en saber interpretar cada vez mejor los movimientos dentro del líquido elemento.

Por ese mismo motivo, para mantener o mejorar el rendimiento, los nadadores y triatletas de alto nivel “tocan agua” prácticamente a diario. Un día sin nadar supone para ellos un paso atrás en las sensaciones que son capaces de extraer del agua durante el avance. Y eso repercute directamente en su velocidad. Por lo tanto, para asegurarse la continuidad de esas sensaciones, cubren 30000 metros aproximadamente cada semana. Por esa misma razón, cualquier aspirante a Finisher debe tocar agua a menudo. Como mínimo tres veces por semana a razón de 2000-4000 metros por sesión. Nadar menos es dejar este sector en manos de la fuerza en lugar de atravesarlo por medio de la técnica.

Avanzar en el agua supone vencer a una resistencia cuatro veces mayor que la que ofrece el aire. Algunos autores le restan importancia, afirmando que la natación es una pequeña porción del Ironman, pero la mayoría de trabajos de investigación muestran científicamente que esa décima parte del tiempo que supone cubrir los 3,8+180+42 es crucial en el resultado final. ¿El motivo?. La necesidad de ahorrar energía para luego pedalear y correr. En otras palabras, ser eficientes en el esfuerzo, consiguiendo un equilibrio adecuado entre la energía gastada y el tiempo invertido en el primer sector del triatlón.

De esta forma, el equilibrio entre el gasto energético realizado después de sonar el cañón a las siete de la mañana y el tiempo invertido en llegar a la orilla, asegura que sigue habiendo energía suficiente como para alcanzar el momento de levantar los brazos e inclinarse ante un voluntario que te “bendiga” con la medalla de Finisher.

Únicamente con una buena natación no se puede acabar un Ironman, pero con un mal sector en los 3800 metros, se puede peder la posibilidad de llegar a conseguir el resultado final deseado. Y es que, empujar ese muro transparente es complicado y puede implicar una tarea con un gasto calórico excesivo si los movimientos no son los adecuados.

Natación, cuestión de sensaciones, cuestión de técnica, cuestión de metros. Natación, de la lucha por un centímetro de agua a la delicadeza de sentir ese líquido en la palma de las manos. Natación, sensibilidad transparente.



La lucha por el agua. (Foto: http://www.popsci.com/).